Los huéspedes invisibles del mundo alado
En el mundo de las mariposas, la transformación parece un acto de magia. Una oruga se suspende, construye su refugio, y dentro del capullo ocurre lo impensable: su cuerpo se disuelve parcialmente para reorganizarse por completo. Aparecen alas donde antes no las había, se forman antenas, ojos compuestos, nuevas patas. Después de días de silencio, emerge un ser alado. Pero no siempre es así.
A veces, dentro de ese capullo no hay una mariposa. Hay algo más.
Muchos nunca lo sospechan, pero mariposas y orugas son el blanco de diminutos invasores: parásitos que interrumpen su ciclo vital desde adentro. No los vemos volar, ni brillan bajo el sol. Pero están ahí, operando en lo oculto, dejando huellas sutiles.
Hay moscas (como las taquínidas) que colocan sus huevos sobre la piel de las orugas. Y cuando esas larvas nacen, no buscan hojas: se alimentan del cuerpo que las hospeda. Otras veces, pequeñas avispas parasitoides inyectan su descendencia dentro de una oruga o pupa, como si sembraran vida en silencio… y en su lugar, nacen más avispas.
En ambientes húmedos, hongos como Beauveria bassiana pueden infectar los capullos desde afuera, transformando su interior en un bosque de esporas. Y ciertos virus, como los NPVs (nucleopoliedrovirus), afectan a las orugas jóvenes antes incluso de que logren pupar. Algunas especies, como la Monarca, cargan con protozoos invisibles, como Ophryocystis elektroscirrha, que afectan su vuelo, su fertilidad y su capacidad de migrar.
En Andoke, trabajamos con mariposas tan diversas como la Morpho azul, las Siproetas o la Monarca. Cada especie tiene enemigos naturales distintos, y por eso, nuestro enfoque no es eliminar, sino observar y actuar con respeto por el equilibrio.
Prevenimos más que combatimos. Elegimos cuidadosamente las plantas que alimentan a las orugas, vigilamos a diario el estado de sus capullos, y si detectamos señales de parasitismo (como manchas, colores inusuales o malformaciones), retiramos ese ejemplar para proteger a los demás. También permitimos que ciertos insectos benéficos vivan en nuestros jardines: no son plaga, son aliados.
A veces, incluso con todos los cuidados, un capullo no se abre. Y sí, duele. Pero también enseña.
Porque los parásitos, por incómodos que parezcan, son parte de una red más grande. No son errores, son parte del relato. Nos recuerdan que la vida es frágil, que cada vuelo logrado es un triunfo, y que incluso lo que no se ve también forma parte de la belleza natural.
Observar estas dinámicas no es solo ciencia: es una forma de volver a mirar el mundo con asombro.
En Andoke, cada mariposa cuenta una historia. Algunas nacen aladas. Otras no. Pero todas nos invitan a entender que en la naturaleza, incluso los silencios y las interrupciones tienen algo que enseñarnos.
Te invitamos a descubrirlo con tus propios ojos en nuestros talleres de educación ambiental. Ven a explorar la vida desde adentro. Ven a ver, a aprender… y a transformar.